17 ago 2012

Etapa 8. Sarria - Santiago de Compostela (116km)

Última etapa. Superado O Cebreiro no quedan puertos de consideración, pero los continuos repechos que presenta el recorrido hacen de esta etapa una de las más duras del Camino.  

Hoy me he levantado con dudas: como decía en la entrada anterior, 116 kilómetros "gallegos" no son lo mismo que 116 kilómetros "burgaleses". La principal diferencia estriba en que los primeros son accidentados, mientras que los segundos son llanos. Ayer, mirando el perfil de la etapa me llegué a plantear hacer noche en Arzúa o en O Pedrouzo y dejar una jornada corta -llamémosla "triunfal"- para mañana.

Pero la tontería me ha durado poco. En una de las primeras subidas del día me he vuelto a encontrar a Iván, el bicigrino del albergue de Molinaseca. Como le he visto hablador, me he puesto a rodar un rato con él. El caso es que el tío iba empeñado en llegar a Santiago hoy mismo, alentado por la idea de encontrarse con su mujer y su hija recién nacida esta tarde en la Plaza del Obradoiro.

Y con tanta insistencia ha terminado por contagiarme el entusiasmo.

Para no perder la costumbre, salgo de Sarria con los albores del nuevo día
El hombre me ha ido contando que hace todo tipo de deportes de fondo, y que anda detrás de correr un Ironman. La verdad es que cuando me ha dicho eso le he contestado que se fuese yendo por delante, que si eso yo ya llegaría. Pero se ha reído y me ha dicho que no, que íbamos juntos.

Y así ha sido.


Con Iván en Portomarín. Anda que no nos quedaba mili en ese momento...
Cruzando el Miño a la salida de Portomarín
 
Con permiso de la de ayer, la etapa de hoy es posiblemente la más bonita de todas. Corredoiras y prados verdes, aldeas atemporales, riachuelos cantarines... Todo ello en un contexto de repechos duros y descensos vertiginosos sin solución de continuidad.

También abundan los caminantes más que otros días: Sarria viene a marcar el límite para obtener la Compostela a pie, por lo que mucha gente empieza su Camino ahí y recorre el tramo que nosotros vamos a cubrir hoy hasta Santiago.

Las subidas están presentes a lo largo de todo el día, pero son especialmente duras en el entorno de Melide y de Arzúa, donde hay alguna "pared" realmente terrorífica.

El Alto de Barreira, casi al final de la etapa, se atraganta un poco por la acumulación de kilómetros. Aun así, se sube bien con el plato pequeño. El Monte do Gozo no reviste especial dificultad, ya que sólo tiene un par de rampas empinadas antes de llegar a Villamayor. A partir de ahí es coser y cantar hasta coronar en San Marcos.

La etapa de hoy trnscurre por bellísimos parajes. Entre las corredoiras deberemos cruzar algún riachulelo como el de la foto. Dan puntos si lo cruzas por el puentecillo de piedra.
La verdad es que hemos cubierto la etapa a buen ritmo, apenas parando a descansar. Sólo hemos hecho tres paradas en todo el día: una breve en Airetxe -motivada porque Iván ha roto las alforjas en un descenso-, otra a comer un plato de pasta en Melide, y una última en Salceda.

Esta última me ha venido francamente bien, porque después de comer estaba notando un poco la fatiga. Supongo que sería debido a los kilómetros de estos días, a los repechos y a la falta de costumbre de comer caliente y ponerme a rodar inmediatamente después. En cualquier caso, ha sido un bajón puntual. De hecho, en el último tramo de la etapa me he sentido bastante mejor. Al llegar a las subidas al Alto de Barreira y al Monte do Gozo ya había resucitado casi por completo (quizá por la cercanía de la meta).

Tras sacar la foto de rigor en esta última dificultad montañosa de la etapa, nos hemos lanzado al descenso final hacia la Plaza del Obradoiro.


En Galicia el Camino discurre siempre por entornos muy verdes. Abundan los tramos de sombra y el ambiente es más fresco que en días anteriores. La otra cara de la moneda son los abundantísimos repechos.

De los caminos que hice a pie recuerdo que los cinco últimos kilómetros, ya en las calles de Santiago, son siempre un torbellino de emociones. Y esta vez no ha sido una excepción.

A lo largo de toda la etapa de hoy me dolían las cervicales, como casi todos estos días. Creo que es por mantener la postura tanto tiempo. La bici está hecha polvo: apenas frena, tiene fugas de aceite en la suspensión y hay que hacer combinaciones complejas de piñones para cambiar de plato sin que se salga la cadena.

Sin embargo, cuando entras en esa zona mágica que es el casco antiguo de Santiago, se olvidan de golpe los dolores, los puertos y las averías. La bicicleta desliza sola por los adoquines y ya no cuesta pedalear.

Últimos trescientos metros.

Analizándolo fríamente, me cuesta creer que haya llegado hasta aquí. Pero el hecho es que es cierto, y que me queda para toda la vida la satisfacción de haber alcanzado sano y salvo la meta.  
  
¡Victoria!