El albergue municipal de Logroño no está nada mal. Sin embargo, por algún motivo la gente quería dormir con las ventanas cerradas. Así, y aunque fuera ha refrescado, ahí dentro era imposible pegar ojo por el calor. Traducido al cristiano esto significa nuevo madrugón.
Por primera vez echo a rodar cuando todavía es noche cerrada (hacia las 6.30). La verdad es que sabiendo que hoy tocan 130km, distancia que nunca he recorrido en un solo día en bici de montaña, no me importa arrancar tan temprano. Por suerte metí en la mochila el frontal, la luz trasera de la bici y un cortavientos con reflectantes, por lo que puedo circular con cierta seguridad.
Fiebre del sábado noche en Logroño |
Me pregunto a qué hora empieza a andar la gente. Tengo la sensación de que me habría encontrado peregrinos igual si hubiese salido a las tres de la mañana.
La salida de Logroño es algo confusa: las flechas amarillas son siempre un poco más difíciles de encontrar en los tramos urbanos, especialmente si es de noche. Por suerte, pronto se cruzan las vías de tren para enlazar con el parque de la Grajera. Allí abandonamos las calles de la ciudad para poner rumbo al alto del mismo nombre.
Aunque desde Logroño hasta coronar es todo subida, el puerto realmente comienza cuando llevamos unos tres kilómetros de marcha, y consiste en un repecho de poco más de un kilómetro de logitud al 5.5%. El firme es bueno y el ascenso bastante cómodo. Se sube casi sin darse uno cuenta antes de emprender el descenso al antiguo hospital de peregrinos de San Juan de Acre, en Navarrete.
El primer objetivo es Nájera. De por medio está el alto de San Antón, una pequeña tachuela de poca importancia. Realmente es un falso llano en ascenso de unos 8km de longitud al 2% de desnivel medio. Se sube sin mayores problemas, aunque hay algún tramo pedregoso al final que resulta lo suficientemente técnico como para que tengamos que poner pie a tierra.
En el último tramo me encuentro a una joven norteamericana que lleva unos patines de línea colgando de la mochila. No salgo de mi asombro. Con lo que pesan, espero que los esté disfrutando en las bajadas, porque desde luego subiendo deben ser una pesadilla. Mientras paso a su lado le hago una seña hacia los patines. Ella se ríe. Me dice que es mejor la bici, pero que está contenta con la idea. Buen Camino, peregrina.
Las flechas amarillas aparecen en los lugares más insospechados: una piedra, una farola, un árbol... |
Monumento al bicigrino |
Llamadme inculto, pero entre tanto prodigio artístico lo que más me llamó la atención fue el monumento al bicigrino (en la foto).
Desde Santo Domingo vamos atravesando pequeños pueblos sin solución de continuidad. El camino serpentea alrededor de la carretera principal hasta llegar a Belorado, una localidad que vale la pena visitar con calma si algún día estáis por aquí.
A partir de aquí comienza el ascenso, suave pero constante, a los Montes de Oca.
Villafranca de los Montes de Oca nos recibe justo al terminar un divertido descenso por pista. Llevamos ya casi 90km de marcha cuando comienza el ascenso al Alto de la Pedraja. Por fortuna, el día es bastante más fresco que los dos anteriores, con una temperatura de unos 25ºC y una brisa suave que alivia el sofoco.
Belorado tiene tirón |
Cruzando un pequeño arroyo a los pies de Villafranca de los Montes de Oca |
En el alto me encuentro con Andreu, un bicigrino catalán que viene haciendo el Camino al revés (me comenta que ya lo hizo al derecho el año pasado). Me indica cómo enlazar con la pista de tierra que baja a San Juan de Ortega y me previene del repecho de Atapuerca, del que hablaremos ahora después.
La senda de Belorado a Villafranca |
En el descenso hacia San Juan enlazo con Lorenzo, un bicigrino italiano que viene haciendo lo que puede con unas cubiertas que resultan demasiado finas para los tramos pedregosos.
Es un tío muy majete que no deja de reirse. Ni yo hablo italiano ni él habla español, pero los dos hablamos un perfecto itagnolo, así que entre pitos y flautas conseguimos entablar conversación y nos tomamos un aperitivo en San Juan. Hoy rodaremos juntos durante bastante rato, casi hasta Burgos.
Poco después de San Juan de Ortega se llega a Atapuerca, localidad situada en la sierra del mismo nombre. A la salida del pueblo hay un repecho brutal, cuya dureza radica principalmente en la pobrísima calidad del firme (foto abajo). Es sólo un kilómetro y medio al 7.5%, pero creedme que se atraganta.
Con Lorenzo en San Juan de Ortega, poco antes de comenzar la subida de Atapuerca |
Con más de cien kilómetros en las piernas (y lo de los dos días anteriores), me sorprendo a mi mismo subiendo la práctica totalidad del alto de Atapuerca sobre la bici. Sólo me bajé una vez en los últimos metros porque se me salió la cadena. La bajada, por el contrario, es una pasada. Primero encontramos un tramo trialero en línea recta cuya visibilidad es excelente. A falta de caminantes, se puede bajar deprisa. A este tramo sigue una bajada corta pero bastante empinada por una pista forestal en excelente estado. Sin necesidad de dar pedales el cuenta llega a 60km/h justo antes de llegar a Cardeñuela de Riopico.
Frente a la catedral de Burgos |
Quedan por recorrer unos diez kilómetros hasta entrar en la ciudad. La verdad es que una vez más me sorprendo a mi mismo, pedaleando con fuerza durante todo el trecho hasta llegar a la plaza donde se alza, majestuosa, la más emblemática de nuestras catedrales.
Burgos es bonito para pasear, con un amplio carril bici que discurre pegado al río Arlanzón. Es domingo por la tarde y hay bastante animación en las calles. Mucho ambiente peregrino. Da gusto.
Pese a ser la ciudad más grande del Camino, Burgos tiene una oferta de albergues relativamente limitada. Creo que sólo hay dos, aunque es verdad que son grandes. El caso es que son las seis de la tarde, y no quedan plazas en ningún sitio. Llamo por teléfono a los albergues de pueblos cercanos y me encuentro el mismo panorama.
La verdad es que en ese momento me he estresado un poco pensando que después de la paliza de hoy me iba a tocar dormir en el parque o en un hotel de cinco estrellas (esos siempre tienen plazas), pero ninguna de las dos alternativas me termina de seducir: lo primero es incómodo y lo segundo es demasiado caro.
Además, el lector me perdonará si digo que tengo las nalgas en carne viva. El calor de los días precedentes, unido a la kilometrada de hoy, me ha hecho un auténtico estropicio por ahí abajo.
Afortunadamente, me viene a la cabeza el recuerdo de un pequeño hostal de dos estrellas que hay en la zona de la universidad. Habida cuenta de las circunstancias, los 30€ que cuesta pasar allí la noche no me parecen excesivos. Mirando el lado bueno, podré dormir en una buena cama y darme una ducha en condiciones.
Para redondear la faena, me hago con un bote de polvos de talco que resulta ser mano de santo. A la mañana siguiente, el escozor ha desaparecido.